por Alberto Farías Gramegna
“Ibamos a cambiar el mundo, pero el mundo nos cambió a nosotros” – del filme “C’eravamo tanto amati”.
“Si la realidad no coincide con mis palabras, peor para la realidad” – John Locke.
La “disonancia cognitivo-emocional” investigada por León Festinger y Merril Carlsmith, hace referencia a la falta de armonía interior en un sujeto al tener que mantener simultáneamente dos pensamientos que se hallan en conflicto entre sí, lo que genera un importante e incómodo nivel de tensión en la red sistémica de cogniciones (ideas, creencias y emociones).
Por ejemplo, al surgir una percepción que implique incompatibilidad entre una creencia y una cognición evidente que la contradice. Las investigaciones demostraron que para disminuir o neutralizar esa molesta disonancia, el sujeto se autoengaña, construyendo una ilusión negadora que distorsiona lo que percibe como contradictorio, para que coincida con lo que cree o debe expresar ante una presión externa, y así conformarse refugiándose en una mentira frente a esa tensión que no tolera. En otras palabras una cosa es lo que desea que ocurra y otra muy diferente es lo que ocurre ante sus ojos: entonces si no existe lo inventa recreando la realidad real y reemplazándola por una realidad ficticia, a la que se allana para terminar creyendo su propia mentira.
La disonancia tan temida
Lo que la Psicología Social denomina “ilusión grupal” es un fenómeno psico-socio-cultural muy contagioso, especialmente presente en los grupos cerrados y sectarios, integrados por sujetos reunidos en torno a creencias megalómanas de trascendencia sociopolítica, de integrismos ideológicos o de misticismo cuasi-religioso. De formidable poder cohesionante del colectivo de prosélitos, esta ilusión se apoya en cuatro pilares: a) la fantasía de una idea maravillosa y omnipotente de bienaventuranza popular eterna a la que hay que alcanzar con lucha y sacrificio; b) un relato seudo-ideológico perfecto y totalizador que justifica la fidelidad a la causa militante y nivela a los seguidores al indiscriminarlos entre sí, etiquetados como compañeros de una fe; c) un enemigo que se supone poderoso y conspirador, de mil caras diferentes, pero que compartirían un pensamiento similar de oposición crítica a las ideas redentoras del grupo y d) un mesías corporizado en la figura divinizada de un amado líder carismático, cuya palabra perfecta interpreta y reemplaza a la de los demás. Todo esto caracteriza la esencia psicosocial de los liderazgos políticos paternalistas, por ejemplo en los variopintos populismos.
La estructura psicológica común de estos colectivos aglutinados por los clichés en los que se realimenta el relato de la realidad es rígida, dogmática y no tolera la incómoda incertidumbre que deviene de las cogniciones disonantes del “nosotros somos”, que no debe confundirse con el “ellos son”.
Ante la evidencia de un “hecho disonante”, la percepción del prosélito buscará una explicación sencilla, en línea con la base ideativa del paradigma endogámico en el que vive alienado: “Todo es producto de la acción intencionada del enemigo de nuestra causa”. No es lo que parece, porque la verdad está escondida detrás de lo aparente, a la espera de ser desvelada. Dudar sería aceptar el peligro de derrumbe de la certeza en la “Idea” y disolverse como sujeto-parte en medio del pánico por la pérdida de la identidad transformado en sujeto-individuo, a merced de inteligirse a sí mismo en soledad. Algo que exigiría un Yo fuerte y autosuficiente como para aceptar la incertidumbre por la falta del mito de un Destino Manifiesto.
Al igual que los sujetos del experimento de Festinger, el proselitista -a la vez que elitista como integrante de una minoría iluminada- intentará disminuir la disonancia entre lo que cree y lo que ve, reforzando sus convicciones cada vez más renuentes a aceptar lo que percibe y acomodando de manera reaccionaria esa percepción de lo real. El proceso de distorsión de la realidad se realizará en tres pasos, desde luego no conscientes: a) deconstrucción de los hechos objetivos b) reacomodamiento causal de los mismos y c) interpretación de los “nuevos” hechos construidos en dirección del reforzamiento de la ilusión original.
El porvenir de una ilusión
La caída de un liderazgo paternalista genera en sus seguidores “creyentes” -para diferenciarlos de los seguidores “cínicos”, que los hay en todo colectivo de intereses- primero un sentimiento de negación y luego de desamparo, frustración y depresión. Estos sentimientos estudiados por Freud en “El Porvenir de una ilusión”, pueden mudar al cabo de un lapso en un malestar expresado en desconfianza y rivalidad entre pares, pero preservando al líder, ya que al proteger su imagen cada prosélito se autoprotege conservando la última ratio de la ilusión colectiva. En esta etapa las autocríticas o los reproches son vistos como peligrosa traición al Ideal.
Predomina la nostálgica por el tiempo idílico en que tanto se habían amado bajo la manta protectora de la figura fascinante, hipnótica y todopoderosa, que protegía y arropaba, premiando la sumisión, la obediencia y la fidelidad incondicional y castigando con mano firme y despiadada a los díscolos e infieles. Este comportamiento es propio del “período de duelo”, por el impacto de la pérdida sobre la identidad del sujeto, ahora sin el referente colectivo en que se apoyaba. Esa ausencia lo interroga en su mismidad, pero en su endeble individualidad crítica no atina a mirar el escenario desde fuera de su lógica sincrética.
Si esto se prolonga indefinidamente estaremos ante una esclerotización de la cultura endogrupal, a modo de resistencia patológica melancólica a aceptar la pérdida de la ilusión primigenia -que ahora amenaza al “ser” que se sostenía sobre la identificación ideológica del “todos nosotros” contra el “todos ustedes”- ya que la lucha y la confrontación con los “otros diferentes” proporcionaba identidad-en-la-acción militante.
En la endogamia sin palabra propia, era hablado por el líder exitoso; en el destierro del duelo acefálico aún escucha los ecos de aquella voz, que en la oquedad de la pérdida añora los tiempos en que se habían amado tanto.
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